Atravieso las lúgubres crestas de una hoja en blanco color crema, distanciado del universo salvaje que por horas infinitas hace diminutos instantes me ha rozado.
Salgo de la desmesura del tiempo que observo como sin querer darme cuenta que hoy es uno de esos días 18, en los que solía detenerme en la primera estación para derrotar la intangible.
Aún no sé por qué hace tanto calor, si en la esfera que me encierra, se diluyen los tonos grises de cada diciembre empotrado en las cumbres andinas.
Percibo el sonido del campanario torturando la tranquilidad exigua de las palomas…
Este calor… no huele a mar, no filtra sinsabores en la guerra del viento; no lo conozco… me invade de súbito. Me siento acorralado
1 comentario:
el calor que no sabe a tierra
es un espectador detenido
trascendencia de un ufano
con pestañina dispensiosa
una tradicion de gozos y ocultos
un licor barato
que alcolice la nariz
un desayuno de arepa y caldo
aridez que abunda
sueños de tacon en un zapato
vanagloriarse de todo
sin nadie que llegue de ultimo
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